Aún recuerdo cuando te
vi en aquel día soleado de septiembre, salir por aquella puerta, con la ropa
deportiva aún puesta. Recuerdo las palabras que pronuncié, recuerdo lo mucho
que me recordabas a alguien innombrable. Recuerdo cómo me miraron mis amigas.
Recuerdo cómo sonreí al pensarte.
Pasaron los días, y
verte por los pasillos del instituto se convirtió en rutina. Oír tu voz fue mi
mayor misterio, y descubrir tu nombre mi mayor desafío. Conforme pasaba el tiempo,
caí en que hacía mucho que me había perdido en tus ojos color cielo, en tu
mirada, en aquella mirada que nunca se había posado en la mía. Y no, no estaba
loca. Ni si quiera estaba obsesionada. Solamente mirarte, observarte en los
cambios de clase me hacía feliz. Hacías que me olvidara un poquito de él,
hacías que su ausencia fuera menos dolorosa.
Recuerdo haber jurado
que algún día sabrías mi nombre. Recuerdo haber jurado que tus brazos rodearían
los míos, junto a una de tu misteriosa sonrisa, esa sonrisa que tanto deseaba
conocer algún día.
Y, sí, suena de
cuento, pero la conocí. Y vaya si la conocí. Conseguí que supieras mi nombre,
conseguí que me dirigieras la palabra, logré que tus ojos me mirasen por
primera vez. Logré que tus labios se fundieran en los míos, descubrí la magia
de tu sonrisa. Tus imperfectos preciosos dientes, tu mirada traviesa de niño
malo, tus ojos hechizantes y tu incansable voz, unida a tu peculiar forma de
hablar.
Eres o eras mi sueño cumplido. De ser mi meta inalcanzable pasaste a ser mío, a formar parte de mi vida. Es como si, todo lo que he soñado lo tuviera ahora delante de mí, como si la espera hubiera valido la pena.
Y es que, eras tal y
como te había imaginado. Eras dulce, gracioso y un tanto misterioso. Vacilón
incansable, deseoso de sacarme de quicio. Complicado, curioso, y espabilado al
mismo tiempo. Era como si ya te conociera, como si supiera exactamente todas
tus reacciones. Como si en otra vida hubiéramos estado unidos, ¿sabes?
No sé cómo van las
cosas, ni cómo irán en un futuro. Ni si quiera sé si mañana seré capaz de
saludarte sin que me ponga roja color tomate. Lo único que sé, es que temo
ilusionarme, temo ilusionarme y olvidarle a él. Temo que, en cualquier momento,
estaré más ilusionada que nunca, y, lo peor de todo
es, que habrá sido sin si quiera haberme dado cuenta, que habrá llegado sin
apenas haberme dado tiempo a reaccionar y negarme.
Que mi amor a primera
vista me habrá encerrado en su nueva telaraña, para sacarme de la anterior, y, quién
sabe si, envolverme en una aun peor.
@TumundoblogI